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Doelsy Linares: “salí del deporte a trabajar en la calle y ganarme la vida por otro rumbo”

Doelsis Linares,foto Hansel Leyva

Su relación con el béisbol viene de mucho antes de nacer. Hay que remontarse a la década de los 40 del siglo XX, cuando Rogelio “Mantecado” Linares se vestía con la chamarreta de los New York Cubans en la Ligas Negras de los Estados Unidos, en la época de Martín Dihigo, Minnie Miñoso y compañía, dejando reservado su espacio en la lista de inmortales del béisbol cubano.

Él creció escuchando esas leyendas sobre su abuelo, quien también llevó la camiseta de Almendares, y unos años más tarde comenzó a ver su tío Reinaldo Linares, también conocido como Mantecado, cubrir la pradera central con el uniforme de los Industriales y el equipo Cuba. Por si fuera poco, su papá, Juan Rogelio Linares, jugó en la primera base de los equipos de Matanzas.

Estaba más que escrito y no dudó en recoger todo ese legado. Doelsy Linares se decidió por el béisbol y terminó, con el paso de los años, por convertirse en uno de los peloteros más polivalentes que han pasado por el equipo insignia de la pelota cubana. Tricampeón nacional con los Industriales de Rey Vicente Anglada, su entrega, en los azules y los Metros, se erigió como la carta de presentación de ese jugador querido al que el narrador Andy Vargas bautizó como “el tigre”.

Doelsy Linares, entre azul y rojo

Es mayo y hace un calor violento. Acaba de terminar uno de los partidos de la liga de los veteranos de softbol en el combinado deportivo Francisco Cardona y los dugouts son de esos pocos lugares en los que se encuentra algo de sombra.  Ahí se sienta, con su uniforme, y parece que aún está activo.

Poco ha cambiado en su rostro, parece el mismo. Pero sabe que no es así. Bromea y se aferra a la empuñadura del bate mientras cuenta su historia, que comenzó en La Güinera, Arroyo Naranjo.

“La infancia la pasé en la calle. Desde chiquito siempre me gustó la pelota y cuando llegábamos de la escuela nos poníamos a jugar en el barrio y así di mis primeros pasos.  Nunca fui tan travieso, lo mío era el béisbol. Iba a las clases y en el receso, en vez de estar sentado, haciendo cualquier actividad o merendando, me pasaba los diez o 15 minutos que nos daban jugando pelota en el patio. Toda mi familia era de peloteros”, cuenta Doelsy Linares.

Recuerda que por aquellos tiempos no pudo apuntarse en pelota porque debía esperar a tener ocho años de edad, Por eso empezó en la natación en el Ciro Frías, para entrar a la pre Eide y luego cambiarse: “¡Por gusto la natación! No me gustaba para nada… Después, pasé a la pelota y empecé con Ernesto Morilla y Armando Vidal, quienes fueron mis primeros profesores en Arroyo Naranjo”.

Mientras asimilaba los trucos de ese mundo que lo apasionaba, en la televisión encontraba también un espacio de aprendizaje, mirando a sus peloteros favoritos: Omar Linares, Lázaro Vargas y Rolando Verde.

“Verde, ¡oh! ¡Muchacho! Cada vez que había juego me sentaba frente a la pantalla a verlo y ahí aprendí mucho. Siempre hay que dedicarse a observar, no es solamente jugar”, cuenta.

De esa forma fue transitando por las diferentes fases de la pirámide. Se coló en algún que otro equipo Cuba de categorías inferiores y luego de los catorce años no pudo integrar la selección de La Habana. Tras los juveniles, pasó a la Liga de Desarrollo en 1996, donde, jugando en el conjunto de Constructores, una inesperada noticia le cambió la vida.

“¡Ahh! Ese momento fue muy emocionante. Estaba muy bien en mi liga, era el cuarto bate y cuando regresamos de Cienfuegos Pedro Medina se acercó a mí y a Adrián Hernández, el cuchillo de Miraflores, y nos dijo: ‘Cuando terminen aquí, vayan para la casa y a las seis de la tarde estén en el Latino, que van a pertenecer al equipo Industriales’. ¡Baff! Aquello fue la alegría más grande del mundo… Contentísimos nos pusimos, que te dijeran que ibas para Industriales era lo que deseaba todo atleta”, recuerda.

Una vez allí, entre luminarias, jugar se hizo muy complicado para Doelsy Linares y recordar sus primeras vivencias de azul le roba una sonrisa.

“Javier Méndez, una de las figuras con las que siempre simpaticé, me apoyó muchísimo. En los momentos en que iba a batear me decía cómo escoger la bola buena y que no me apurara a la hora de hacer el swing para que las cosas me salieran mejor. El debut fue en Matanzas, en el Victoria de Girón. Abrí como designado, di mi primer hit y me fui de 3-1”, dice.

Eran tiempos en los que el amor a la camiseta podía pesar más que cualquier cosa. El país atravesaba una de las peores crisis económicas de su historia y los peloteros sufrían muchos de los inconvenientes que provocaba el contexto de la época.

“Era muy difícil jugar en Periodo Especial. Después en el 2001 o 2002 fue que mejoraron las condiciones: llegaron los hoteles, las mesas suecas; pero al principio era dirigido, porque el país estaba pasando por las necesidades que se conocían. Sin embargo, cuando uno juega de corazón, no importan los obstáculos a enfrentar y así las cosas nos salían bien.

“Al final éramos muchachos igual que los de ahora, jugábamos con sentimiento y era complejo, porque estaban los estelares y salíamos poco. ¡Imagínate tú! Delante teníamos a las figuras y había que esperar. Entonces, el chance que nos daban sabíamos aprovecharlo y encontramos la forma de mejorar. Hoy no hay tantas estrellas y hay oportunidades de hacer más cosas… Entrenábamos fuerte, no pensamos en las dificultades, nos gustaba el béisbol y con necesidades o sin ellas íbamos al terreno siempre igual”, explica.

Tras su debut en Series Nacionales, las escasas opciones de jugar lo llevaron a los Metropolitanos, donde estuvo desde la temporada 97-98 hasta la 00-01 y participó en dos postemporadas: una en 1998 y otra en el 2000.

“Lo tomé como una oportunidad de tener más continuidad. Estaba contento, porque integraba Industriales, pero lo que todo el mundo quiere es estar en el terreno. Medina habló conmigo, me dijo que me pasaría a los Metros y estuve de acuerdo. El primer año jugué un poco más y de ahí en adelante fue haciéndose habitual”, cuenta Doelsy Linares.

En la campaña 99-00, promedió 256, con cuatro dobles, tres triples y 17 remolques, en lo que venía siendo su mejor actuación desde que vestía el uniforme de los guerreros. Sin embargo, en uno de los playoffs más recordados de la historia, Metropolitanos se cruzó con Industriales y el joven dejó un excelente average de 353, con un triple y se desempeñó sin errores a la defensa.

“Teníamos a Enrique Díaz, Urgellés, Serguei Pérez… Buena banda, a pesar de que Carmona se había llevado a otros peloteros para reforzar Industriales, y le hicimos tremenda resistencia.

“Siempre uno anhela jugar con Industriales, pero una vez que estás contrario, deseas ganarle. Queríamos hacer un papel para que vieran que los Metros también podíamos, que teníamos buenos equipos y tanto fue así que se dio un playoff de poder a poder. Apoyaban más a Industriales, aunque nosotros teníamos una afición fiel. Salimos a darlo todo y quedó para la historia ese 3-2”, recuerda.

Sobre el traspaso de jugadores de un equipo a otro, cree que nunca iba a acabar, pues si se iban dos o tres de los leones había que llenar el vacío con peloteros hechos, pues se trataba de la principal escuadra de la capital.

La desaparición de los Metropolitanos es un tema escabroso y para él lleva el aspecto personal de ver desvanecerse el conjunto al cual defendió gran parte de su carrera.

“Eso dejo a toda la capital fuera de combate. Lo Metros eran importantísimos y ahí están los resultados de industriales, que han ido mermando. El equipo significó mucho para mí, pude ir a un Juego de las Estrellas en Pinar del Río y me desarrollé para jugar con más comodidad. Gané mucha experiencia.

“Sinceramente, en la 01-02 no quería regresar para Industriales, porque en los Metros era el regular y estaba bien. Al cambiarme tuve que volvérmelo a ganar, porque era otro equipo y llegas como segundo… Con el esfuerzo lo logré y realicé buenas actuaciones también”, explica.

Tres rayas para el tigre

Luego de un último año que fue su mejor con el segundo plantel de la ciudad (311, con 12 jonrones y 55 empujadas), Doelsy Linares volvería a vestirse de azul, para, de la mano de Rey Vicente Anglada, dejar huella en la historia de las Series Nacionales.

“Anglada fue como un padre. Siempre me apoyó en todo. Un buen director, hombre y amigo. En todo momento confió en mí, porque estaba dispuesto a jugar en donde me pusiera y salía a dar lo mejor, de corazón… hasta lancé. Me decía: ‘cachea, aunque sea un inning’, y yo le contestaba: ‘eso sí es por gusto, ¡no cacheo pa` nadie!’.

“El primer año jugamos un buen playoff. No se logró lo que esperábamos; pero ya después en el 2003 ganamos el campeonato y repetimos en el 2004. Había tremenda unidad en esos dos playoffs. Cada cual puso su granito de arena. Así es como hay que estar para ganar un campeonato, porque si dos o tres hacen las cosas de otra forma, no se cumplen las metas. Anglada logró que fuéramos un equipo y todo el mundo echó pa’ lante y ahí están los resultados que tuvo como director”, afirma.

Aquellos, sin dudas, se convirtieron en los mejores años de su carrera. Tuvo campañas de gran rendimiento ofensivo como la 02-03, en la cual dio 13 cuadrangulares e impulsó 72 carreras, y en ocasiones fue un factor clave en las aspiraciones de esos Industriales campeones que barrieron en dos finales consecutivas a Villa Clara 4-0. La amistosa rivalidad entre Anglada y el mánager naranja, Víctor Mesa, lo hace sonreír. El resultado sencillamente era increíble.

“Les ganamos los cuatro juegos. Víctor Mesa es un buen director también, pero nunca pudo con nosotros y al año siguiente decía que sí, que nos ganaban y le volvimos a meter 4-0. Ya no sabía lo que iba a hacer con Industriales. Esa etapa resultó muy bonita y quedamos contentísimos con lo que logramos.

“Ser campeón por primera vez significó mucho, ya que en los Metros no pude hacerlo, nos quedamos cerca de pasar a la final, pero no se pudo. Con Industriales sí. Nunca me había pasado algo igual y también hacía años que no se ganaba y al conseguirlo aquello fue una alegría enorme”, dice.

En el año 2006, los leones de Rey Vicente Anglada ganaron por tercera ocasión la Serie Nacional. Doelsy Linares jugó 18 partidos en esa postemporada, bateó 212 y dio par de jonrones.

“Hice mi parte, realicé mis fildeos, bateaba a la hora que se podía batear, porque siempre no se conecta, pues el pitcheo estaba más concentrado… Y esa final fue rompecorazones, porque en Santiago de Cuba el estadio se pone sabroso”, explica.

¿Cuál fue el lanzador más complejo al que se enfrentó?

¿El pícher más difícil?… En esa época estaban José Ariel Contreras, Pedro Luis Lazo… Había lanzadores de calidad en casi todos los equipos. Cuando se subía Lazo era un fenómeno eso, fue uno de los que más nos ganó.

¿Y a cuáles de esos pícheres de calidad le conectaba mejor?

A Norge Luis Vera, Ormari Romero… ¡Me metía mis buenos ponchaos! Pero daba hits con relativa facilidad.

¿Por qué el apodo de “el tigre”?

Me lo puso Andy Vargas en una jugada que hice con los Metros en Sancti Spíritus sobre una conexión de Reinier Yero. Jugamos en Jatibonico, estaban las bases llenas, dos outs, noveno inning y el juego empatado a 10 carreras.  

Yero dio un batazo enorme por el center field, con eso nos dejaban al campo. Entonces, salí corriendo de espaldas al home, subí la cerca tipo Víctor Mesa y enganché la bola. Así llegó el apodo, porque todo el mundo se quedó con la boca abierta, incluso el estadio se paró a aplaudirme hasta que llegué al dugout. Yo jugaba así, me tiraba de cabeza pa’ quí, pa’ lla…

¿El mejor mánager que tuvo?

Todos eran buenos, pero Anglada fue como un padre para mí, con el que mejor me llevé y con el que más jugué.

¿El momento más inolvidable?

Cuando ganamos los tres campeonatos.

¿Y el de mayor tristeza?

En general, es cuando uno está mal, que entrenaste bien y quieres que las cosas te salgan y no funciona, y la gente te abuchea y no saben en realidad los problemas que tiene cada cual. Son momentos tristes y nadie los siente como el pelotero.

Y después de todo, ¿qué?

Con el paso de los años, la carrera de “el tigre” comenzaba a entrar en la curva descendente más por problemas físicos y decisiones ajenas a él, que por cuestiones de rendimiento.

Pero su palmarés ya era envidiable y además, sumaba hazañas que solo unos pocos cubanos han conseguido, como la de conectar par de cuadrangulares en una misma entrada o dar tres batazos de vuelta completa en un desafío. 

“Los dos jonrones en un inning fueron contra Camagüey, ante un pícher muy bueno: Vicyohandri Odelín. Vine con hombres en primera y segunda y ¡pum! Jonrón. Entonces el equipo se soltó a batear y me tocó de nuevo y la volví a desaparecer.

“También recuerdo una Olimpiada del Deporte Cubano contra Venezuela. Estaba en el equipo Habana, jugamos en Holguín y bateé de 5-5 con tres jonrones. Eso nunca se olvida, porque son cosas difíciles de hacer”, cuenta Doelsy Linares.

La campaña 07-08 resultó la última en la que vestiría de azul, pues con la llegada de Germán Mesa para la temporada 08-09, fue bajado a los Metros y jugó su decimotercera y última Serie Nacional, que terminó con promedio de 267, 88 indiscutibles, 11 dobles, dos triples y siete jonrones.

“Me cambiaron para los Metros, no sé por qué, pues siempre rendí en Industriales, pero bueno cada cual sabe lo que hace… Con Metropolitanos jugué los 90 partidos, bateé bien y contra Industriales me lucí.

“Venía con una lesión en la rodilla y jugar ya era incómodo, tenía dolor y antes de que pasara algo malo con la salud, decidí dejar la pelota. Hubiera estado contento si me hubiera retirado en Industriales, porque fue donde jugué la mayor cantidad de tiempo… Lo que me tocó fue retirarme con los Metros”, explica.

“Después del retiro, hice lo que le toca a todo buen cubano: trabajar. El béisbol queda a un lado, la vida sigue y uno tiene que incorporarse a la sociedad. Trabajé en los mercados de Arroyo Naranjo, con la vianda y otros productos, estuve de jefe de unidad y ahora estoy apoyando a mi hijo Randy Linares, que también es pelotero”, detalla.

Dice que el deseo de volver a jugar jamás se quita, pues se trata de una actividad a la que dedicó toda su vida, por eso se mantiene en los veteranos, haciendo lo que le gusta. “Te retiras, pero la pelota la llevas en la sangre”, afirma.

En su mente no guarda espacio para frustraciones, aunque tal vez si le quedó una cuenta pendiente consigo mismo. “Lo que me faltó por cumplir fue integrar el equipo nacional, que en aquel tiempo se hacía muy difícil, ese era el problema. Sin embargo, pude ir a tres preselecciones en las que lucí bien, pero ahí estaban los jerarcas, ya te digo, era muy complejo… No obstante, por todo lo demás, sentí que hice las cosas bien.

“En el tiempo de nosotros no existía el tema este de los contratos. Si hubiera sido antes, el equipo Cuba sería otro en estos momentos. Nunca me pasó por la mente irme a probar suerte. Jugué muchos años en Industriales y los Metros. Tal vez si jugara ahora, me hubiera gustado irme por un contrato. Pero mira dónde estoy, sigo aquí y se han ido muchos peloteros muchos amigos míos, porque cada cual tiene su pensamiento”, afirma.

Algunos le temen al olvido, a la desatención. Él ha sabido seguir adelante. Va lleno de orgullo por lo que pudo lograr y también esconde algún que otro sueño vinculado, por supuesto, al béisbol.

“Mientras que estás activo es color de rosa. A la vez que un deportista se retira y coge otro rumbo, se olvidan de lo que hiciste, de todo. Eso siempre pasa y va a seguir pasando. Gracias a Dios, hasta ahora, no he tenido que depender de ninguno de esos dirigentes del béisbol cubano. Salí del deporte a enfrentar el día a día del cubano: trabajar en la calle y ganarme la vida por otro rumbo.

“Quisiera llegar a dirigir algún equipo, no de las Series Nacionales, sino de las categorías 13-14, 15-16. Esos son sueños, como dice el dicho, pero si se da algún día, vamos pa’ lante”, concluye Doelsy Linares.

El sol sigue fuerte. Varios compañeros empiezan a llamarlo desde la grada y parece que nos remontáramos a una de las tardes de béisbol en el coloso del Cerro. Entonces, tras hablar de los sinsabores, vuelve a sonreír. Pierde la mirada hacia lo profundo del jardín izquierdo y afirma que ha sido muy feliz. “La felicidad más grande que tengo fue jugar en el conjunto más importante de Cuba. Mi carrera fue de satisfacción y orgullo por haber representado a mis dos equipos”.

Un segundo después se levanta, bate en mano, y se dispone a salir a la grama. Lo veo de espaldas, como en un contraluz, y no puedo evitar escuchar en mi mente el anuncio del locutor oficial del Latino: Número nueve… Doelsy Linares, tercera base…

Tomado de PLAYOFF


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